Wiki Mitología Ibérica
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LLOBERU
Lloberu (1)

Los lloberos, son hombres y mujeres que se crían entre lobos, llegando a mandar en las manadas. Son distintos a los casos de licantropía, donde el individuo se convierte en lobo. De este último se cuenta que es la maldición de un padre a su hijo por comer demasiada carne, entonces este se va de casa y se revuelca por la tierra, convirtiéndose en lobo, se encarga de que los lobos no se coman el ganado ni ataquen a las personas, pasados siete años, se revuelca de nuevo en la tierra y la maldición se va. Está documentado históricamente el proceso llevado a cabo por el Santo Oficio contra Ana María García, la Llobera de Llanes, fechado en 1648.

La siguiente crónica dio comienzo en la sierra del Cuera, en el concejo de Llanes. Fue en aquellos parajes donde nació Ana María García, hija de Juan García y de Toribia González, oriundos de Posada y labradores de sus campos. En el año 1623 vino al mundo la que sería conocida popularmente como la Llobera de Llanes.

Los primeros años de su vida fueron duros. Al poco tiempo de su nacimiento quedó huérfana y su vida se transformó en un calvario. Sus hermanos (seis mujeres más) y resto de familiares veían en la joven una carga. Fue así como emprendió un peregrinar por diferentes clanes. Hasta los 3 años permaneció en el hogar de Catalina Juárez y Juan García. Posteriormente pasó al cuidado de Diego Soga, hermano de este último, con el que convivió hasta cumplir los 7 años de edad, para, más tarde, recalar en el hogar de Juan Gutiérrez de Ardisana, donde residió hasta los 14 años. Luego se queda embarazada de Francisco Soga, otro familiar, y huye hasta Llanes, concretamente a la aldea donde residía Toribia Sánchez, posiblemente, otra pariente.

Contaba con 20 años cuando entabla una estrecha relación con una vieja bruja, conocida en toda la comarca, y, más concretamente, en el pueblo de Bricia, de nombre Catalina González. Aquella hechicera desempeñaría un papel fundamental en los designios de la Llobera de Llanes. Ella fue su mentora en las viejas y oscuras artes de la magia. Catalina González desempeñaba una función especial dentro de la sociedad de brujas asturianas. Esta sacerdotisa del mal captaba seguidoras entre las adolescentes para que formaran parte de sus «reuniones de brujas», de las que prácticamente no hay información alguna en archivos o bibliotecas.

La huesuda mujer, de rostro cadavérico, enseñó los saberes de la naturaleza, los cultos al bien y al mal, su mágica conexión con los animales y, más concretamente, con los lobos. El aterrador poder de convocar a los demonios en forma de fieras de siete colores. Los conjuros para llamar al maligno y no ser presa de sus garras. La invocación de seres del inframundo que la obedecerían con sólo una orden. Rituales extendidos por todos los países europeos dentro del mundo brujeril fueron día a día perfeccionados por Ana María.

Aprendió la clásica y extendida por media Europa invocación de lobos, tal como afirma el escritor e investigador Alberto Álvarez Peña, por medio de círculos sagrados grabados en la tierra y la oración de palabras mágicas. Empezó de esta forma una relación trascendental que se prolongaría hasta la muerte. Catalina no solamente fue su mentora en la comunicación con el más allá -como dejó testimoniado la mujer lobo-, sino que la instruyó en el arte de la preparación de ungüentos con todo tipo de vísceras animales y pócimas con plantas. Remedios arcaicos perdidos en la noche de los tiempos que conformaron una iniciación que concluyó el día que la vieja bruja falleció. La entrega «in articulo mortis» de un objeto -como así lo consideran los estudiosos de la brujería medieval- crea el vínculo entre el aprendiz y el maligno. La transmisión del «don» de bruja a bruja. Catalina -en las postrimerías de su óbito- transmitió su «poder» a la novel hechicera.

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